ADRIÁN ILLANES Y FRANCISCO GÓMEZ GANAN EL ¿I CONCURSO MICRORRELATOS DE TERROR¿ ORGANIZADO POR EL ÁREA DE JUVENTUD 

ADRIÁN ILLANES Y FRANCISCO GÓMEZ GANAN EL ‘I CONCURSO MICRORRELATOS DE TERROR’ ORGANIZADO POR EL ÁREA DE JUVENTUD 

15/11/2022

El Alcalde hizo entrega de los premios a los dos ganadores elegidos por el jurado

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La semana pasada se hicieron entrega de los premios correspondientes al I Concurso de Microrrelatos de Terror organizado desde el Área de Juventud del Ayuntamiento de Montellano coincidiendo con la celebración de Halloween.

Finalmente se han presentado 8 relatos por parte de jóvenes de entre 17 y 25 años de edad, resultando ganadores los montellaneros Adrián Illanes y Francisco Gómez, repartiéndose entre los dos el primer y segundo premio al estar empatados a puntos.

De esta forma, cada uno ha obtenido un vale-regalo por valor de 75 euros para canjear en librerías del pueblo. El jurado ha estado compuesto por el profesorado de Lengua Castellana y Literatura del Colegio SAFA.

El Alcalde, Curro Gil, la Concejala de Eduación e Infancia, María Zamora, y la Técnica de Juventud, Esperanza Morales, fueron los encargados de entregar los premios a estos futuros escritores.

Estas son las dos obras ganadoras.


 

EL MONJE ERRANTE. Francisco Javier Gómez Valencia

En 1575, las arenas de la revolución eclesiástica y el turbado reinado de Carlos III propiciaron que la Casa Ducal de Osuna cediera un aún virgen terreno de La Algaida de Cotte a una comunidad de Franciscanos Recoletos, quienes erigieron el entonces joven Monasterio de San Pablo de la Breña bajo los cerros que le daban nombre y cuya creciente fama, al nivel de la de Roma o Santiago, atrajo a miles de peregrinos y figuras célebres como las de Miguel de Mañara o Murillo en busca de indulgencia plena.

Un 2 de agosto, en pleno Jubileo de la Porciúncula, brotó de los senderos la figura de un hombre arrepentido que imploraba el perdón de Dios. Un caballero con pintas de mendigo y grotescas cicatrices que cubría bajo el manto de una hedionda melena gris quien argumentaba, bajo surcos de lágrimas en unos ojos sin vida, haber cometido el más horrible de entre todos los pecados. Su arrepentimiento era tal, que se hizo monje e incluso ermitaño, llegando a ocupar un pequeño recoveco situado en el Tajo del Águila, pero nada parecía sanar su corazón lleno de pesadumbre y remordimiento. Llegó a un alto nivel espiritual, sin embargo, nunca confesó que acto había cometido.

Dicen que tras muerto, sigue recorriendo los caminos que llevan a las ruinas del convento, junto al pozo de Prieto y en el límite de La Algaida. Las señoras del ayer, como mi abuela o la tuya, de las que se criaron en los cortijos cercanos, relataban con caras de espanto como algunas noches se escuchaban cánticos gregorianos transportados por un viento difuso. Quizás, el caso más aberrante fue el de un jornalero, quien juraba y perjuraba haber visto a un encapuchado con túnica castaña rezar un rosario del perdón entre los trigales que envolvían los alrededores de Las Parras.

Una noche de brujas, un grupo de adolescentes que habían ido a pasar la noche a casa de una amiga, aprovechando que sus padres estaban de viaje, desempolvó esta historia en una típica velada de cuentos de terror donde, bajo la oscuridad de la sala y los licores que bebían, la leyenda del alma errante que seguía su trasiego en busca del perdón eterno iba cogiendo forma a través de las supersticiones de los pueblerinos.

Una de las chicas se burló de aquella idea, argumentando que era un cuento de viejas alimentado por la histeria popular, así que las otras chicas la desafiaron a que se levantara y fuera a visitar aquel místico paraje. Como prueba de que había ido, tenía que dejar una flor y preguntar que pecado había cometido bajo la Cruz de la Breña, una cruz de hierro erigida sobre una escalinata de piedra y una columna de mármol en memoria de los monjes difuntos. La muchacha cogió una rebeca azul para poder emprender su tarea y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a que volviera.

Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de la joven. Se quedaron en la cama despiertas, cada vez más aterradas esperando el amanecer. Llegó la mañana y la chica no había aparecido. Aquel mismo día, los padres de la dueña regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron a las ruinas. Encontraron a la chica tirada sobre la escalinata de piedra… Muerta. Al agacharse para dejar el clavel y preguntar, había pillado también el bajo de su falda con las espinas de las zarzamoras. Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el monje muerto la había agarrado. Cayó muerta de espanto.

Pasaron los años y la pena de esos padres, junto al misticismo que acrecentaba el mito, no dejaron caer en el olvido la anécdota de la muerte de la niña. Ese mismo agosto, un monje franciscano, que se ordenó sacerdote de la parroquia por la falta de religiosos que pudieran desempeñar la tarea, reveló uno de los secretos mejor guardados de la villa. Durante el peregrinaje de los Jubileos a las Breñas sus devotos lo pusieron al tanto de los hechos y le preguntaron temerosos de reproches qué pensaba él que le había ocurrido a la chiquilla, a lo que el párroco respondió:

- La joven erró de la misma manera que el monje, pecando de desafiar a los muertos y remover lo que es suyo y los enturbia, y por ende, jugar a ser Dios.


 

CONSECUENCIAS. Adrián Illanes

Esa noche tomaste una mala decisión, aún con todo el alcohol que recorrría tus venas decidiste coger el coche. No pasaría nada, pensabas, no estoy tan ebrio, decías. Con torpeza entraste en el coche, por poco evitando chocarte con la parte superior de la puerta. El motor ronroneó suavemente cuando metiste las llaves, en un momento de lucidez decidiste colocarte el cinturón de seguridad, mas eso no sirvió para darte cuenta de la tontería que estabas a punto de hacer.

Recorrías la solitaria carretera, dirigiéndote hacia tu pueblo. La noche sin luna dificultaba la visibilidad y tus cansados ojos no ayudaban mucho. Tus párpados estaban haciéndose pesados, parpadeabas de forma lenta, primero un ojo, luego otro, la vista se volvía borrosa, tus manos se sentían débiles contra el cuero del volante.

No recordabas mucho, una luz cegadora, un volantazo, un momento de ingravidez y entonces la oscuridad te tragó. Entreabriste los ojos, solo distinguías formas y colores, escuchabas muchas voces alrededor tuyo y el chirriar de las ruedas de una camilla.

Una sensación extraña recorría todo tu cuerpo, estabas adormilado, débil, la presión en tu pierna te obligó a levantar un poco la cabeza y mirar, tenías puesto encima una tela verde que cubría todo tu torso, un hombre que pudiste imaginar que era un cirujano estaba utilizando un extraño instrumento en lo que parecía ser tu muslo, tu piel estaba cortada, tus músculos y huesos estaban totalmente al descubierto. Un crack envió un escalofrío por todo tu cuerpo, balbuceaste en consecuencia, llamando la atención de las enfermeras y siendo obligado a respirar algo que hizo que te relajaras, que te entrara mucho sueño.

La luz artificial de una bombilla te recibió, estabas despierto de nuevo, tu mente aún estaba confusa, lenta, no sabías qué había pasado exactamente. Te encontrabas en una habitación de hospital, estabas conectado a un electrocardiógrafo, una vía perfusaba suero hacia tus venas. Suspiraste con alivio, estabas vivo y eso era suficiente como para reconfortarte, aunque tu memoria estuviese difusa.

Escuchabas cuchicheos detrás de la puerta entreabierta de tu habitación, dos mujeres hablaban sobre el paciente de la habitación doce, ¿ese eras tú? Agudizaste tu oído, no pudiste entender mucho, solo palabras dispersas; accidente, coche, borracho y finalmente, pierna.

Inmediatamente el miedo recorrió todo tu cuerpo y te erguiste con rapidez te quitaste de la sábana, contemplando con horror la escena que se encontraba ante ti. Un muñón, un muñón cubierto en vendas se encontraba ahora en el lugar en el que antes se encontraba tu pierna. La realidad te golpeó como un puño, una sensación cálida subió por tu garganta, un líquido fue disparado desde tu boca, te habías llenado completamente de vómito. Te agarraste del pelo, meciéndote hacia delante y atrás mientras las lágrimas se formaban en tus ojos, no, no querías aceptarlo, tan joven, con tan solo veinte años.  No podía estar pasando, no podías haber perdido una pierna.